Hoy hace una semana volví de Formosa.
La semana pasada aún me levantaba silenciosa, temprano por la mañana, a asearme con un vaso de agua. Sentir la tierra bajo mis pies luego de haber pasado toda la noche sobre cemento era reconfortante, cálido, como una bienvenida de la naturaleza a empezar el día lo más limpio posible. Limpio de impurezas.
La consigna era quedarse callado por dentro, mientras la cabeza funcionaba a mil por hora en nuestro momento personal a la mañana. Podíamos leer, podíamos escribir, mirar, reflexionar, o simplemente sentarnos en el aljibe en silencio, a digerir los días anteriores o los que iban a venir.
A veces nos visitaba gente, ya, temprano. A veces, tímidos, se asomaban por entre las plantas chicos de la colonia que se levantaban al amanecer y venían para regalarnos su sonrisita.
Desayunábamos, y cada uno emprendía el camino hacia la zona que le tocaba visitar. Unos se quedaban en la colonia, otros rondeaban los caminos, otros caminaban hasta allá, lejos, arrivando en Villa Rural, y los más corajudos llegaban exhaustos, luego de tres horas a pie, soportando el cocinante calor, a Crucero.
A mi se me había sido asignado visitar a la gente que vivía en los caminos.
(seguir)
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